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jueves, 30 de diciembre de 2010

Lecciones aprendidas durante la infancia

Hay lecciones que aprendemos durante la infancia, que marcan nuestro comportamiento, el resto de nuestra vida.
Hoy os voy a hablar de una de ellas, que a tenido un gran peso tanto dentro de mi vida profesional, como en las relaciones humanas, del tipo que sean, incluidas BDSM, por las que he pasado en  estos años.

Entre un montón de papeles y documentos del año de la pera, ha caído hoy en mis manos, mi primer carnet de la federación española de judo. Con la foto de un niño, de 10 años,  que me ha hecho sonreír y preguntarme donde estará ahora ese pelo tan abundante que cubrí mi cabeza. Y me he puesto a recordar.
Practiqué judo durante mi infancia y mi adolescencia, hasta que lo dejé por circunstancias diversas que ahora no vienen al caso. Y tuve la suerte de que mis profesores fueron japoneses.
A día de hoy y con el contacto totalmente perdido, les sigo recordando con un cariño muy especial. No me acuerdo de ninguna llave, y mucho menos de los nombres. Ni de según que artes que aprendí, que en BDSM, son muy útiles, jejeje.

Pero algo está siempre en mi desde entonces y lo recuerdo y he intentado siempre llevarlo a la práctica.

Ya os digo empecé siendo un niño, con 8 años y no me federaron hasta los diez. Lo éramos todos. Y nos gustaba el deporte y por supuesto jugar.
Y nuestros profesores, eran tan distintos a los que nos daban clases en el colegio. Nos enseñaban un arte marcial, pero no dejaban nunca de hablarnos y explicarnos una filosofía de vida, que nosotros no entendíamos. Hoy, les aplaudo ese método, porque muchas cosas que pense que no escuchaba, las llevo grabadas en mi cerebro.

Siempre he sido muy curioso e inquieto. Y de niño, no paraba de preguntar. Y claro un día pregunté y me llevé un respuesta que en aquel momento no entendía y una gran sonrisa y una cariñosa colleja de mi Maestro.

Cuando acababa la clase, nos sentábamos de rodillas, en la posición de saludo y antes de acabar, uno de los profesores, vigilaba enfrente nuestro que mantuviésemos todos los ojos cerrados.
Otro pasaba caminando por detrás de nosotros y con los nudillos del puño, pegaba un buen coscorrón encima de alguna cabeza.
Mi tierno cerebrito, no asimilaba el porque del castigo, ni de la ceremonia.
Y un dia pregunté:
- Maestro, porque nos pegáis esos coscorrones.
Y asomó una sonrisa en su cara y me contestó:
- Cuando has recibido tu alguno, sabes que es porque has hecho algo mal, verdad.
En mi tierna inocencia, contesté:
- si, sino no me pegarías. Pero los maestros del colegio, nos gritan y nos castigan de rodillas, cara a la pared. Y yo cuando castigáis a otro, no se a quien habéis castigado.
Con la infinita paciencia que le caracterizaba, me hizo sentar con el en el suelo y me explicó:
- Un castigo no tiene porque ser una humillación. Y una humillación, no tiene porque ser un castigo.
Yo no entendía nada. Y el sonriendo, me dio una larga explicación sobre las diferencias entre la cultura oriental y la occidental. La verdad, es que en aquel momento, yo escuchaba embelesado, pero no entendía nada.
Acabó su discurso con la frase del principio y añadiendo, más riendo que sonriendo, que seguramente algún día lo entendería muy bien.
Años después, ya en adolescencia bastante avanzada, me enseño otras artes, que aunque hoy las tenga olvidadas, en su momento las disfrute muy satisfactoriamente.

Pero, vamos al meollo.
Un castigo, no tiene porque ser una humillación. Y una humillación, no tiene porque ser un castigo.
¿Os suena a algo?
Con los años descubriría que disfruto de infringir determinados castigos, que hay otros como yo y que hay otro grupo de personas, que disfruta recibiéndolos.
Y que con las humillaciones, puede pasar lo mismo.

Pero, como todo, siempre bailamos sobre el filo de la navaja.
A nivel profesional, he tenido bajo mi responsabilidad, a equipos muy numerosos. Y hay que manejarlos con mucho mimo y cuidado. No hay nada peor, que reprender a alguien, por algo que ha hecho mal, delante de todo el mundo. Aunque quizás, si haya algo peor, no reprenderle de forma correcta en el momento adecuado y explicarle que hace mal. Si quiero, que una cosa se haga de determinada manera, mi responsabilidad es enseñar a que se haga así.
Felicitaciones públicas, pero con cuidado, sin favoritismos y procurar que todos reciban la suya.
Reunirlos y hablarles a todos juntos, sin personalizar más que lo necesario y explicando que todo el mundo tiene su importante función y que si el eslabón más pequeño falla, se rompe la cadena. Explicar, enseñar, educar y escuchar sus inquietudes y sugerencias.
Y después decidir, cada persona tenemos nuestras virtudes y defectos, habilidades que hacemos con naturalidad y otras que nos cuestan muchísimo. Hay que descubrirlas.

No os creáis que soy don perfecto. Pierdo los nervios como cualquiera. Y entonces, salgo a un lugar que siempre tengo reservado para esas situaciones, blasfemo en todos los idiomas que conozco, pego puñetazos a una pared y me como, mas que fumo, dos cigarrillos. Después vuelvo relajado. Son un par de minutos.
Los nervios son contagiosos y si el jefe está nervioso, la confianza del equipo se desmorona en segundos y cunde el pánico. He tenido la suerte de trabajar con grandes equipos, que me han ayudado mucho.
Y cuando alguna vez, alguien en particular, me ha sacado de mis casillas  y he roto mi regla de no abroncar públicamente, en cuanto se ha pasado mi tormenta particular, pido disculpas igualmente públicas y si es posible con más gente delante. Hay que reconocer los errores.

A nivel de relaciones humanas, trato de mantener el mismo comportamiento. Si le tengo que decir algo a alguien, que me parezca puede molestarle, se lo digo en privado. Si considero que no va a escucharme o que lo que yo piense y quiera ayudarle, no le importa lo más mínimo, pues directamente procuro olvidar. Por supuesto, más de una vez salto.

Y vamos con el BDSM.
Generalmente hablamos mucho del valor de la entrega y parece que la responsabilidad y el sentido de la protección de la Dominación, se da por hecho o queda en un segundo plano.
No soy quien para dar lecciones a nadie y en el BDSM, hay tantas formas de vivirlo, como personas estamos en el.
Y os dejo claro, que hace muchos años no disfruto de una relación plena, como me gusta.
Para mi los juguetes o las humillaciones, son una forma de pasarlo bien, los dos. Yo decido, cuando, como y donde. De que manera, con que vestuario, que instrumento hoy en especial.
Cuando he tenido sumisa, si ella me ha fallado, es que también he fallado yo. No hay excusas.
Por tanto, los juguetes que nos dan placer, quedan descartados.
Y si había algo que pensásemos hacer, porque nos gusta a los dos, por ejemplo ir a ver una determinada película. Nos quedamos los dos sin cine.
O si hay algo que nos moleste hacer a los dos, como por ejemplo hacer un zafarrancho de limpieza general en la casa, pues hala, a limpiar nos toca.
Siempre me funcionó bien y espero que llegado el momento, vuelva a ser igual de efectivo.
La verdad. Podría extenderme mucho sobre este tema, pero lo dejaremos para mejor ocasión.

Y una cosa que me cuesta mucho corregir y me supone un tremendo esfuerzo, cuando estoy de verdad enfadado, me callo. Soy silencio. Y se que esos silencios hieren y duelen más que cualquier latigazo, cuando realmente le importo a la otra persona.
Me ha costado mucho en todos los aspectos de la vida, combatir ese defecto mío. Y de hecho, no pienso que lo haya erradicado del todo. Me resulta fácil, refugiarme detrás de mis murallas calladas.

Bueno, quizás continúe otro día con lecciones aprendidas durante la infancia, espero que esta os haya gustado y no se os haya hecho muy pesada.
Que vamos a hacer, quizás siempre llevaré a Peter Pan, dentro de mi, como me dice una buena amiga.

Volad con el polvo mágico Campanillas y Peter Pan, que en el fondo todos llevamos siempre dentro.

Saludos a todos  y espero que la frasecita os resulte interesante.

Un castigo, no tiene porque ser una humillación. Y una humillación no tiene porque ser un castigo.

Publicado el 5 de agosto de 2008 en mi blog de someteme.

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